Una adicción puede hacer que una familia cambie por completo, ya que el comportamiento del enfermo influye en la convivencia y modifica la dinámica del hogar. La mayoría de los familiares prefieren negar el problema, y cuando lo aceptan, muchos optan por mantenerlo en secreto.
Los familiares del adicto y sus sensaciones
Las drogas pueden hundir a la gente, pero no solo a los adictos, sino a su familia que sufre y siempre se va hundiendo con ellos.
Es difícil expresar con palabras el sufrimiento, el familiar sabe lo que siente y por lo que está pasando. Probablemente se siente completamente impotente mientras que a la vez tiene deseo de ayudar, pero no sabe cómo.
La droga provoca cambios en los procesos químicos del cerebro que afecta los pensamientos, emociones y comportamiento. Los adictos entran en un círculo en el que dan vueltas y no perciben la salida. Con no poca frecuencia roban el dinero y entran en unos negocios ilegales para conseguir el dinero que les ofrecerá breve “momento de gloria” y un montón de consecuencias negativas.
La droga y las relaciones familiares
El adicto a las drogas no puede esconder su problema para siempre. Cuando sus prójimos lo descubren, las relaciones familiares del adicto se destruyen.
El adicto normalmente reacciona con palabras “ha sido solo probar, no volverá a ocurrir más”, pero estas palabras nunca se cumplen.
Los adictos no son conscientes del nivel de la adicción y se engañan a sí mismos y a otros, diciendo que todo está bajo su control, aunque, en realidad, están lejos de ello. Cuando la familia los pille por segunda vez, ocurren la decepción y la pérdida de confianza.
La confianza es como un espejo, una vez roto, ya no es lo mismo que antes. Los adictos no son conscientes de ello y por eso vuelven a hacer daño a sus seres más queridos.
Es habitual que la família tienda a culparse a sí misma y creer que cometió algún error. Por ello, los especialistas coinciden en que la familia también necesita ayuda para afrontarlo y consideran que mantenerlo en secreto no es la solución, ya que la adicción continuará.
Los familiares necesitan su propia terapia. Con la terapia, explican los psicólogos, las familias aprenden a desprenderse del sentimiento de culpa, a no sentirse solas, a decir lo que sienten sin el miedo a ser juzgadas y, especialmente, a no pensar que son las peores del mundo, una idea muy común entre ellas.
¿Hasta dónde podemos cuidar del ser querido que sufre adicción?
Lo que un adicto quiere es tener techo, que no le falte comida, dinero y tener una vida cómoda para seguir consumiendo. Muchas veces creemos que queremos a la persona ofreciéndole todo esto, pero en realidad estamos haciendo justo todo lo contrario. No debemos creernos más mentiras, seguir dándole dinero o posibilidad de gasto, o poner buena cara cuando está haciendo lo incorrecto, justificarlo, mirar hacia otro lado.
La adicción es una enfermedad y hay que abordarla, cuanto antes, por medio de un profesional y siempre con firmeza y compromiso hacia uno mismo. Si mi cónyuge está mal, yo no voy a perder mi salud por él, voy a ayudarle en lo que pueda, pero no como él o ella quieren. Debo facilitarle el acceso a las herramientas necesarias para que salga, pero sabiendo que no soy la persona adecuada para tratarla.
¿Cuál es el límite para decir basta, dejar de ofrecer esa ayuda?
El límite para ayudar a un familiar adicto lo pone él mismo: la ayuda siempre se tiene que poner encima de la mesa, pero es el adicto el que tiene que elegir cogerla. Le vamos a ayudar a que elija ofreciéndole las posibilidades de recuperación, o, si no, de separación o ruptura de la relación o… la calle. Es la mejor manera, no se puede ayudar de otra.
El límite está determinado por la propia problemática: cuando ya ha pasado un tiempo y la persona sigue consumiendo, cuando falta dinero o se actúa de forma deshonesta, o desaparece unos días de casa, o no responde al trabajo o a la familia, cuando no se cuida a los hijos, los hermanos… eso puede determinar el límite de lo que debemos hacer.
Pero somos los propios familiares del adicto los que decidimos cuando parar, y sabemos que la capacidad de sufrimiento de las personas es grande… Ahora bien, debemos tener claro que hay que ser firmes donde elijamos poner el límite, porque en el momento en que dejemos sobrepasar ese límite, nuestra autoestima como acompañantes se vendrá abajo.